Lógica del amor y lógica del amo. Reflexiones sobre una teoría agonal del Derecho

AutorFernando de Trazegnies Granda
Páginas95-101
LÓGIcA
DEL
AMOR
Y
LÓGICA
DEL
AMO
95
Lógica
del
amor
y
lógica
del
amo.
Fernando
de
Trazegnies
G.
Reflexiones
sobre
una
teoría
agonal
del
Derecho
*
Agradecimiento
Ante todo
agradezco
muy
vivamente
a
la
Facultad
de
Derecho
de
la
Universidad
de
San
Francisco
de
Quito por
esta
invitación
para
conversar
aquí
hoy
con
ustedes
sobre
temas
que
creo
que
nos
apasionan
de
todos.
Utilizando
una
frase
que
Jorge Luis
Borges me dijo
personalmente
cuando
lo
recibí
en
el
Aeropuerto
de
Lima
con
motivo
de
su
nom
bramiento
como
Doctor
Honoris
Causa
de
mi
Universidad,
creo que
esta invitación obedece
a
un
generoso error
respec
to
de
mi
persona.
No me siento
capaz
de
decirles
nada
que
ustedes
no
saben
ya.
Por consiguiente,
les
propongo
simple
mente
llevar
adelante
esta
noche
un ejercicio
de
reflexión
en
conjunto.
Pero
ciertamente
esta
invitación constituye
un
honor
pa
ra mí
y
un
gratísimo
placer.
Debo decir
que tengo una
par
ticular simpatía
por
Ecuador
y
que
me
siento
íntimamente
ligado
a
este país
tanto
porque
he
aprendido
a
comprender
lo
y
a
quererlo como también porque
una
parte
de mis
raí
ces
familiares
peruanas
se
hunden
en
suelo
ecuatoriano.
He
tenido
abuelos,
muchas generaciones atrás,
que
han
nacido
en
la
Audiencia
de
Quito.
Y
uno
de
ellos,
antecesor
directo
mío,
abogado también
(lo
cual
parece
ser
un
mal
genético),
si
bien
no
nació
en
estas
tierras
porque era
español
de
ori
gen, llegó
a
ser
Presidente
de
la
Audiencia
de
Quito
alrede
dor
de
1650
y
luego
se
estableció
en
el
Perú
dando origen
a
la
familia
de
mi
madre.
Como pueden
ver,
mis
relaciones
con
este
país
y
con
es
ta
ciudad
son
muy
grandes
y
entrañables. Por
ese
motivo,
agradezco muy vivamente
a
la
Universidad
San
Francisco
que
me
haya
dado
la
oportunidad
de
regresar
una
vez
más
a
este
suelo que
siento
muy
profundamente
hermano.
Azares,
avatares
y
gratificaciones
intelectuales
de
una
investigación
Cfrcunstancias
En
esta
ocasión,
me
gustaría
compartir
con
ustedes
la
experiencia
de
una
exploración histórica
que
comenzó
acci
dentalmente
y
que,
sin
embargo,
me
abrió
nuevos caminos
para
una reflexión crítica
sobre
el
Derecho.
Quisiera
contar
les los
azares,
los
avatares
y
los
desarrollos posteriores
de
una investigación
sobre un
expediente
judicial
del
S.
XVIII
en
el
que
una
suerte
de
solitario héroe
jurídico
lucha
contra
la
injusticia tratando
de
conseguir
judicialmente
la
libertad
de
una esclava.
Ante todo,
es
interesante señalar
las
circunstancias
abso
lutamente
fortuitas
en
que
puede
iniciarse una interesante
investigación.
Me
encontraba
en
Cajamarca,
una ciudad
de
la
Sierra
peruana,
para
participar
en
un
Taller
de
Extensión
para jueces
y
vocales
de
las
Cortes
Superiores
del
Norte
del
Perú.
Cumplidas
mis
clases, debía
regresar
a
Lima
donde
me
esperaba
un
compromiso
familiar.
Sin
embargo,
dado
que
en
ese
entonces
los
vuelos entre
Cajamarca
y
Lima
no
eran
regulares,
el
avión
no
se
apareció esa
madrugada
en
los
cielos
cajamarquinos
y
no
me
quedó
más
remedio
que
espe
rar
hasta
el
día
siguiente.
Regresé frustrado
y
de
bastante
mal
humor
a
la
ciudad.
Con
la
idea
de
aplacar
mi
irritación,
algunos
de
mis
colegas
me
indicaron
que
Cajamarca
tenía
un
Archivo Departamental
que
podría
ser
interesante
revi
sar.
Sin
embargo,
era
día
feriado
y,
por
tanto,
el
Archivo
se
encontraba
cerrado. Fui
a
buscar
al
Director
-y
único
fun
cionario- hasta
su
casa
y
le
pedí
que
hiciera
una
excepción
y
me
permitiera
la
visita.
El
señor
Evelio
Gaitán
me adujo
que
tenía
también compromisos
con
su
familia
para esa
ma
ñana. Pero
logré
convencerlo
de
que
me
dejara ingresar
al
Archivo
y
me
encerrara
con
llave,
solo en
ese
pequeño
am
biente
abrumado
por
estanterías
rebosantes
de
cuadernillos
y
por
rumas
de
papeles
que
esperaban
a
ser
clasificados
y
que
se
encontraban esparcidas
sobre
las
mesas
y
en
todas
partes
del
suelo.
Obviamente,
me
comprometí
a
que,
como
buen
amante
de
los
documentos antiguos, trataría
los
pape
les
con
el
mayor
cuidado
y
todo
lo
dejaría
en
su
lugar.
Eran
las
9
de
la
mañana. Pero
le
advertí
al
Director
del
Archivo
que
cuatro
horas
más
tarde
me
viniera
a
abrir
la
puerta
para
salir
porque indudablemente estaría
con
un
hambre
notable
y
no
quería pasar
por una
crisis
de
claustrofobia
famélica.
Fue una
mañana deliciosa,
que
viví
casi
sin
darme
cuen
ta
del
tiempo,
sumido
en
los
expedientes judiciales
y
los
protocolos
notariales.
Comprendí
entonces
la
psicología
del
ratón que, encerrado
en su
hueco,
devora papeles
con
frui
ción
en
forma
incontinente, Encontré
una
gran
cantidad
de
sucesos
pintorescos
registrados
en
esas carpetas:
discusio
nes sobre
la
propiedad
del
asno
que
utilizaba
en
el
S.
XVIII
el
cura
párroco
para
trasladarse
a
asistir
a
los
moribundos,
pleitos
sobre
el
uso
de las
acequias
de
regadío,
inclusive
al
gún
juicio
discreto
de
filiación
motivado
por
un
pecadillo
del
Deán
de
la
Catedral.
Pero
casi
al
final
de
la
mañana
di
con
un
expediente
de
unas
50
fojas
en
el
que
un
español
po
bre
demandaba
a
un
comerciante
del
lugar
para
que
le
ven
diera
su
esclava
mulata;
y
la
razón
que
daba
para esta
exi
gencia
era muy contundente:
“se
da
el
caso,
señor
Corregi
dor, que
ésta
su
esclava..,
es
mi
mujer.
Como
es
fácil imaginar,
cuando
llegó
el
Director
del
As
chivo
le
pedí
que
me
hiciera
una
copia
fotostática
del
docu
mento.
Lamentablemente,
el
Archivo
no
contaba
en
ese en-

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