Entre la muerte y la vida

AutorMarena Briones Velasteguí
Páginas127-127
ENTRE
LA
MUERTE
Y
LA
VIDA
127
Marena
Briones
Velasteguí
Entre
la
muerte
y
la
vida
De
la
muerte
no
suele
hablarse,
al
menos
no
suele
hablar-
se
más
allá
de
ciertos
textos.
De
medicina, porque,
como
sa
bemos,
no
hay
forma
de
que
no
vuelquen
su
mirada
hacia
ella.
De
filosofía, porque
los
espíritus
de
esa índole
especula
tiva
no
pueden
dejar
de
confrontarse
con
el
inevitable
final,
que tanto
rehuimos
y
que
no
deja
de
acecharnos nunca
hasta
que
obtiene
lo
que quiere. De
sociología
o
de
historia,
porque
allí
están
los
testimonios
de
las
masacres,
de
las
guerras,
de
las
revoluciones,
de los
asesinatos
políticos,
de los
acciden
tes,
de
las
epidemias,
y
porque
no
hay
manera
de
que
poda
mos
evitar
su
constatación
diaria.
De
cuentos, novelas,
pintu
ras,
documentales, reportajes, noticias, esculturas, porque
es
parte constitutiva
de
lo
que somos.
Y,
seguramente,
de
algu
nos
textos
más
que
no
hay
objeto
de
nombrar
en
este
momen
to,
porque
la
muerte,
como
la
vida,
está
entre
nosotros.
Pero,
cuando
digo
que
de la
muerte
solemos
no
hablar,
lo
que
quiero
decir
es
que
no
hablamos
de
nuestra muerte,
de
ese destino
que
en
el
tránsito
humano
es
el
único
destino
se
guro que
tenemos;
de
la
muerte
como
el
más
significativo
tes
timonio
de
que
hemos
existido,
de
que
fuimos
un
día,
de
que
amamos, lloramos, reímos,
aprendimos,
jugamos,
odiamos,
tuvimos
hijos
y
nietos, padres, madres
y
hermanos,
amigos,
enemigos
y
compinches.
Quiero
decir
que la
muerte
no
es
una
invitada
usual
de
nuestras
tertulias
o
de
nuestras íntimas
re
flexiones;
no
es
una
invitada usual
como
lo
son,
por
ejem
pio,
nuestros
anhelos
o
nuestras penas,
nuestras
alegrías
o
nuestros amores, nuestros enojos
o
la
situación
del
país,
la
ca
lamidad
doméstica
o
la
telenovela
diaria,
el
dinero
que
no
fue
suficiente
para cubrir
nuestras
necesidades
o
nuestros
capri
chos,
y
tantas
otras
cosas
que
compartimos
con
nosotros
mis
inos
y
con
los
demás
en
la
cotidianidad
de
nuestras
vidas.
No,
de
la
muerte
no
solemos
hablar.
¿Qué sabemos, entonces,
de la
muerte?
¿a
qué
tememos
o
a
qué
aspiramos
cuando
peleamos contra
ella
o
cuando
la
de
seamos
vehementemente
o
por impotencia?
Me
parece
que
la
respuesta
no
es
nada
fácil.
La
muerte siempre
será
para
noso
tros
una
desconocida. Aunque hayamos
sufrido
inmensamen
te al
tener
que
separarnos
sin
remedio
ni
retorno
de
un ser
amado,
o
aunque
hayamos
estado
cerca
de
traspasar
el
umbral
que
nos
aleja
de
este
mundo,
o
aunque
hayamos
sido
testigos
de
su
llegada,
la
muerte
-repito- seguirá
siendo
para nosotros,
los
que aún
estamos
aquí,
una
desconocida.
Por
eso,
hablar
del
suicidio
o
de
la
eutanasia tampoco
es
fácil.
Allí,
en
esas
realidades,
complejas
sin
duda,
se
ponen
en
juego
los
dos
ex
tremos
de
una
misma
naturaleza
humana.
Todos
morimos.
Si
hay
algo
que
nos
iguala
sin
ninguna
duda,
ese algo
es,
preci
samente,
la
muerte,
así
que,
también
sin
ninguna
duda,
habre
mos
de
saber
que
cuando
una
persona,
una
persona
como
no
sotros,
elige
morir,
esa
elección
tiene
un
altísimo
precio:
la
vida.
Y
si
tiene
tan
alto
precio,
no
podemos
dejar
de
preguntar
nos
qué
es
lo
que
puede
ser
tan,
pero
tan
grave,
como para
conducirnos
a
sacrificar
la
propia
vida.
Por
ahora,
olvidemos
el
suicidio
y
detengámonos
en
la
eutanasia.
En
su
raíz
etimo
lógica significa
buena
muerte.
¿Habrá
muertes buenas
acaso?
Sí,
creo que
a
eso
aspiramos
todos.
Ya
que
vamos
a
morir
de
cualquier
modo, que
nuestra muerte
y
la
de
todos aquellos
a
quienes amamos —por
qué
no
la de
todos
los
seres
huma
nos?-
sea
una
muerte
que nos
abrace
plácidamente.
¿Una
cuestión
de
libertad
o
de
autonomía?
¿una
decisión por
entra
ñable
amor,
para
evitar
un
sufrimiento
inútil
a
nuestros
seres
queridos?
Sí,
aunque
suene
extremadamente
duro,
aunque
in
curra
en
pecado,
aunque
nos
quede
la
sospecha
de
que
algo
pudo
haber
sido
distinto. Porque,
cuando
de
eutanasia
se
ha
bla,
no
se
habla
de
otra
cosa,
por
paradójico
que
parezca,
que
de
amor.
Podemos discutir
sobre todos
los
riesgos
que
encie
rra
la
eutanasia
y
sobre todas
las
posibilidades
de
jurídica
mente
eludir
o
reducir
a
su
mínima
expresión
esos riesgos.
Esa
discusión
es
indispensable.
No
la
soslayo;
todo
lo
contra
rio, la
demando.
Pero,
por encima
de esos
riesgos,
que
de
to
das
maneras existen
configurando
otras
conductas
(por
ejem
plo,
el
homicidio),
lo
que
síes
cierto
es
que
si
cada
uno
de
no
sotros
se
supone
autónomo
para
vivir,
no
hay
razón alguna
que
justifique
que
no sea
autónomo
para
morir.
Afirmar
lo
que
afirmo
no
implica
omitir
todo
lo
que
sea
necesario para
que
una
persona
no
tenga
que
llegar
a
desear
su
propia muerte,
ni
implica
tampoco
disculpar
o
dar
permi
so
a
egoísmos,
comodidades
e
irresponsabilidades.
Con
mis
aseveraciones,
me
muevo
en
el
terreno
de
una
ética
de la
comprensión
y
de
la
solidaridad. Desde
ese
lugar, debo
aña
dir
además
que
no
es
cierto
que
para
la
humanidad
la
vida
sea
un
valor
absoluto.
Y
si
no...
¿por
qué
las
guerras? ¿por
qué
la
legítima defensa?
y,
sobre
todo,
¿por
qué
esa
ignominiosa
in
diferencia
con
la
que vemos
de
frente
y
sin
vergüenza
a
la
mi
seria,
a
los
millones
de
niñas
y
niños
desnutridos,
a
los
millo
nes
de
hombres
y
mujeres
que
desfallecen por enfermedades
curables
sólo
porque
no
tienen acceso
a
medicinas
y
a
aten
ción
oportuna
y
eficiente,
a
millones
de
ancianos
y
ancianas
que
tienen
que
morir
en
soledad,
abandonados
del
afecto
con
el
que todos
desearíamos
morir
rodeados algún
día?
Cuidamos,
si
cabe
el
término,
sólo
ciertas
y
contadas
vi
das;
las
demás,
que
son
la
mayoría,
o
nos
importan
muy
po
co
o
no
nos
importan
nada.
Por
eso,
no
acepto
que
la
vida
sea
un
valor
absoluto,
ni
admito
que
se
plantee
la
misma
conside
ración
en
el
plano
del
deber
ser.
No,
porque
es
aquí
y
ahora,
donde
y
cuando
debemos
demostrar
que
valoramos
la vida,
de
todos,
sin
excepción.
Es
aquí
y
ahora,
donde
y
cuando
de
bemos
ser
responsables
mutuos
de
nuestras
vidas.
La
eutana
sia
pone
en
jaque
esa
responsabilidad,
porque
nos
exige
to
mar
conciencia
plena
de
nuestras
vidas
y
de
nuestras
muertes.
Tomar
conciencia
de
ellas
significa
recuperar
para
nosotros
mismos
y
para
los
demás
el
derecho
de
vivir
y
morir
con
dig
nidad.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR