Primera parte: teorías y conceptos
Autor | Mauricio Jaramillo Jassir |
Páginas | 40-152 |
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Génesis del populismo: la conversión del pueblo
de abstracción a sujeto activo de la política
¿Es posible equiparar el populismo con la demagogia, el cesarismo, la mani-
pulación de masas o la democracia plebiscitaria? Para autores como Walter
Bagehot (1965, citado en Pombeni 1997), Julio César es “el primer ejemplo
de un déspota democrático. Derrumbó a la aristocracia con la ayuda del
pueblo, […] que no estaba organizado” (56). De esta forma, se ha asociado
el populismo con el cesarismo, práctica que resume la personicación extrema
de la política y la manipulación de masas. También se le suele asociar con
la demagogia, evocando las desviaciones de los regímenes políticos ideales
según Aristóteles (1874), quien consideraba que los reinos podían degradar
en tiranías; la aristocracia, en oligarquía y la república, en demagogia. De
este modo, el populismo es frecuentemente asumido como una desviación
de la democracia, es decir, nace de sus propios defectos y aprovechando
hábilmente sus virtudes para ir menoscabando el Estado de derecho.
Para entender en su debida dimensión cómo el populismo nació en un
contexto democrático, resulta necesario repasar el surgimiento del llamado
al pueblo (appel au peuple), una vocación surgida en el bonapartismo. En
efecto, los orígenes del populismo pueden rastrearse a partir de las evocaciones
al pueblo presentes en el constitucionalismo francés. A pesar de que en el
siglo el fenómeno aún no había sido denido, dicho constitucionalismo
marcó una tendencia muy activa a lo largo del siglo : la reivindicación
constante del pueblo para participar del ejercicio del poder a través de
consultas populares. Paolo Pombeni (1997) entiende este llamado como
una forma expedita de manipulación electoral, en la que “la participación
es forzada y el electorado obligado a responder de manera predeterminada
a una cuestión simplicada al máximo y estrictamente circunscrita” (57).
Por otro lado, es prudente señalar que el pueblo se convirtió en un elemento
central para la fundación de la democracia moderna; en Estados Unidos esto
se vio reejado en la célebre consigna incluida en la Constitución de 1787:
Primera parte: teorías y conceptos
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Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a n de formar una Unión
más perfecta, establecer Justicia, armar la tranquilidad interior, proveer
la Defensa común, promover el bienestar general y asegurar para noso-
tros mismos y para nuestros descendientes los benecios de la Libertad,
estatuimos y sancionamos esta constitución para los Estados Unidos de
América.
Más tarde, en Francia apareció una referencia similar en la Consti-
tución de 1791, cuando se aludió al papel constitutivo del pueblo en los
siguientes términos:
Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea nacional
[…], han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos na-
turales, inalienables y sagrados del hombre, a n de que esta declaración,
constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les
recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a n de que los actos del
poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante
con la nalidad de toda institución política, sean más respetados y para que
las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios
simples e indiscutibles, redunden siempre en benecio del mantenimiento
de la Constitución y de la felicidad de todos.
El artículo 1 del título expuso uno de los principios sobre la soberanía
popular, al armar que esta era “una, indivisible, inalienable e imprescripti-
ble. Pertenece a la Nación; ninguna sección del pueblo ni ningún individuo
puede atribuirse su ejercicio”. En 1792 se decretó que solo “puede haber
una constitución aceptada por el Pueblo” (Pombeni 1997, 53).
A pesar de todo, en 1799 se aprobó una nueva Constitución, en la que
las referencias al pueblo desaparecen en medio de un retorno de ciertas
prácticas del ancien régime (el establecimiento anterior a la Revolución
Francesa). El golpe de Estado perpetrado por Napoleón Bonaparte en 1802
se tradujo de nuevo en la reaparición del pueblo a través del decreto del
10 de mayo de 1802, el cual convoca a una consulta popular para conver-
tir a Napoleón en cónsul a perpetuidad (Pombeni 1997, 52). El pueblo
desempeñó un papel importantísimo en la perpetuación del poder y en el
surgimiento de un modelo cesarista. Se trató del preludio de las derivas
Anatomía heterodoxa del populismo
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autoritarias o totalitarias de sistemas políticos en el siglo , empujados por
prácticas populistas cuyo común denominador fue precisamente el recurso
al constituyente primario. Así, el sufragio se convirtió en la representación
de la igualdad entre los ciudadanos: “Cualquier intento de reducir este
símbolo […] a través de instituciones como el Parlamento, un gobierno
representativo, la separación de poderes, se transforma en un sacrilegio
que hace necesaria la reconstitución mística del sacramento” (Rosanvallon
1992, 13). De esta forma, Pierre Rosanvallon interpreta que la soberanía
popular se manipuló hasta el punto de convertirse en símbolo intocable,
que terminó equiparando política y religión. Para Paolo Pombeni (1997),
la dinámica del populismo no es muy distinta de la religión pues cuando
[…] esta se convierte en algo mundano, dejando entrever el carácter de
Iglesia, es decir de una institución “mecánica” (jurídico-institucional)
para la gestión de lo religioso, se exige una puricación de retorno a la
ekklesía, es decir a una asamblea de convertidos restituida, no por vías
jurídico-institucionales a través de un gobierno, sino por la transforma-
ción mística. (54)
A partir de esta idea de reconstitución cuasisagrada de la soberanía
popular, se impuso una tradición de recurrir el pueblo para legitimar el
poder. Esta apelación al constituyente primario tiene tres ejemplos claros
en la historia francesa del siglo . En primer lugar, el appel au peuple fue
fundamental en el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte cuando,
evocando la soberanía popular, llamó al conjunto de la nación francesa para
depositar en su gura los poderes plenos:
Hoy día, cuando el pacto fundamental no ha sido respetado por los mismos
que lo invocan sin cesar, y cuando los hombres que han perdido ya a dos
monarquías quieren atarme las manos para derrocar la República, mi deber
es desarmar sus pérdos proyectos, mantener la República y salvar el país
llamando a juicio al único soberano que conozco en Francia: al pueblo.
Hago pues una leal llamada a toda la nación y os digo: si queréis
continuar en este estado de malestar que nos degrada y que compromete
nuestro porvenir, elegid a otro en mi lugar.
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