Descentralización y autonomías: ¿un problema de poder?

AutorFabián Corral B.
Páginas7-14
Si
iÓV
Mow;I?;t]
l
Descentralización
y
autonomías:
¿Un
problema
de
poder?
Fabián Corral
B.
Las
reforma
del
Estado
por
la
vía de
autonomías
va
más
allá
del
re
planteo
del
servicio
público
y
de
la
reformulación
de
las
funciones
mu
nicipales.
Esa
propuesta
implica una
dispersión
jurídica
y
operativa
del
poder
político
-legislativo,
controlador
administrativo,
etc.
-
en
re
giones autónomas.
1.
LA
VERDADERA DISCUSIÓN
Las
propuestas
de
autonomía
y
descentralización
que
se
están
discutiendo
en
el
país
entrañan,
ante todo,
un
pro
blema
de
poder
político.
El
regionalismo
como
percepción,
como prejuicio,
o
como
hecho vinculado
a
realidades
obje
tivas,
implica
un
tema
de
poder
y
no
es,
exclusivamente,
un
asunto
originado
en
la
caducidad
o
en
el
deterioro
del
ser
vicio público,
en
la
burocratización
del
Estado
o
en
la
me
quidad
en
el
reparto
de
las
rentas
municipales.
Para
centrar
la
discusión
es
preciso
admitir
que
las
pro
puestas
de
autonomías provinciales,
la
configuración
de
re
giones
o
cualquier
otra
fórmula semejante,
están dirigidas
a
afectar
a
una
forma
de
entender
el
Estado
y
a
una
concep
ción
de
la
República
como ente
político
unitario.
Por
eso,
se
hace necesario
señalar que
las
percepciones,
prejuicios
y
evidencias
que
a
la
sombra
del
regionalismo
han
surgido,
han
impulsado finalmente
una
corriente
adversa
a
las
visio
nes
quiteñas
del
poder,
que
son
las
que, en
mayor
medida,
contribuyeron
a
conformar
al
Ecuador
como
entidad
histó
rica.
El
país
se
estructuró,
bien
o
mal,
en
tomo
a
un centro,
que
neutralizó
las
tendencias particularistas
y
las
fuerzas
centrífugas
que
en
toda sociedad
naturalmente
existen.
La
presencia
de
un
centro
dominante
y
de
su
periferia
no
es
descubrimiento
de
los
novísimos autonomistas,
yno
es,
ne
cesariarnente,
un
mal:
es
una
realidad
sociológica,
históri
ca
y
política
que
corresponde
a
la
estructura
social
de
toda
comunidad.
Censurar
esa
realidad equivale
a
formular
jui
cios
de
valor
en
contra
de
las
leyes
de
causalidad.
El
regionalismo,
en
cuanto prejuicio
y
en
cuanto
per
cepción
y
aun
en
cuanto propuesta, pasa
por
el
tema
del
po
der
político.
Toda
fórmula
autonomista implica
transferir
las
facultades
estatales
más
representativas
de
ese
poder
a
las
regiones
o
a
las
provincias.
Se
trata
de
restarle
numero
sas
potestades
a
la
capital
y
de
asignarles facultades
políti
cas
a
las
provincias
o
a
las
regiones.
La
tesis
implica
afec
tar
al
centro
político
y
fortalecer
-o
crear- focos
de
poder
regional,
instancias
de
decisión
provincial. Esta
es
una
constatación objetiva
de
la
índole
y
del
alcance
da
las
pro-
puestas
que
se
discuten,
y
no
necesariamente
un
juicio
so
bre
su
validez
o
legitimidad.
Algunos
analistas
piensan
que la
regionalización
y
las
fórmulas autonómicas
son
exclusivamente”soluciones”
globales
a
los
problemas provinciales,
son
salidas
al
en
trampamiento
municipal
y
remedio
radical
al
deterioro
de
los
servicios públicos.
Esa
es
la
percepción
compartida por
una parte
de
la
ciudadanía.
Por
lo
pronto,
no haré un
juicio
de
valor
sobre
esas
esperanzas.
Me
interesa, por
ahora,
de
cir
que
la
regionalización,
más
allá
de
las
percepciones
de
los
ciudadanos
comunes
-y
remontando
lo
que hasta ahora
han dicho
los
gestores
de
las
propuestas autonómicas-
es
una
fórmula política
que,
como
tal,
impulsan
ciertas
elites,
independientemente
de
sus
efectos
en
la
mejoría
de
los
ser
vicios. A
las
elites
les
interesan
las
autonomías
como
alter
nativa
de
mando, como
instancia
de
gobierno, como opción
electoral.
Mientras
a
los
ciudadanos
predominantemente
les
inte
resa
que
los
servicios
se
acerquen
a
la
gente,
a
las
elites
les
interesa,
y
con
urgencia,
que
los
poderes
se
acerquen
a
sus
entomos,
y
que
lleguen
a
la
región
y
al
alcance
de
sus
ma
nos las
potestades
estatales
típicas.
Esa
es
la diferencia
aún
no
advertida
entre
las
percepciones
y
las
ilusiones
de
la
gente
común
de
las
provincias,
y
las
percepciones
e
ilusio
nes
-no
dichas
ciertamente-
de
los
grupos
de
presión, que
se
han
transformado
en
los
nuevos ideólogos
de
formas
po-
líticas
alternativas
a
las
del
Estado
unitario.
En
esa medida,
y
para alcanzar
objetividad
en
el
análi
sis,
la
descentralización
puede
y
debe
ser
vista
al
menos
desde
dos
perspectivas:
la
del
servicio
público
cercano
y
eficiente;
y
la
del
poder
político
cercano,
eficiente
y
acce
sible.
La
primera
es
la
perspectiva
de
la gente
común.
La
segunda
es
la
de
las
elites.
Puede
decirse
que
el
“poder
cer
cano”,
autónomo
y
regional traerá consigo
el
servicio
efi
ciente
y
la
obra
pública
oportuna.
Es
probable
que
eso
ocu
rra
alguna
vez,
pero
no
estoy
seguro
de
que
esa
fórmula
opere
siempre
y
en
forma
exacta.
Por
otra
parte, debe
ad
vertirse
que
semejante
hipótesis
puede
darse
exclusiva
mente
en
regiones
en
las
que
la
fuerza
política
sea
suficien
te
y
determinante
para
que
imponga,
en
términos
de
poder

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