Las dimensiones éticas de lo público

AutorFabián Corral B.
Páginas133-140
LAS
DIMENSIONES
ÉTICAS
DE
LO PÚBLICO
Las
dimensiones
éticas
133
Fabián
corral
Burbaiw
de
Lara
de
lo
público
Por
largo tiempo, algunas
doctrinas,
los
lugares
comu
nes
predominantes
y
el
proceso
de
simplificación
del
pensa
miento,
mantuvieron
arrinconada
a
la
ética
en
los
obscuros
rincones
de
la
intimidad
personal.
Se
esforzaron
los
pensa
dores
en
marcar
distancias entre
el
derecho positivo
y
la
moral
y
en
convertir
a
la
ley
en
puro
objeto
de
la
técnicaju
rídica, icono
neutro labrado por
la
lógica.
Así,
las
constitu
ciones,
transformadas
en
creaciones ideológicas
desconec
tadas
de
la
realidad,
se
impusieron
a
los
pueblos
como
ves
tuarios
cortados
por
la
sabia
tijera
del
racionalismo.
La
pretensión
de
moldear
a
las
sociedades desde
la
ca
prichosa perspectiva
de
las
doctrinas
desembocó
en
las
peo
res
tiranías.
El
positivismo extremo
y
su
hijo,
el
despotismo
de
los
legisladores,
fueron
buenos
aliados
del
totalitarismo.
América
Latina
es
dramático ejemplo
de
la
inadecua
ción
de
los
sistemas
normativos
a
la
realidad
y
de
la
consi
guiente
ineficacia
de
la
ley
entendida
como
presupuesto
ideológico
abstracto,
a
tal
punto
que,
sin
apartarnos
del
ri
gor
analítico,
y
más
allá
de
las
metáforas
que inspiran
los
episodios
públicos
de
nuestros paises,
se
puede
afirmar
que
lo que
tenemos
no
son
estados
de
derecho
-según
la
clásica
propuesta
de
los
pensadores liberales-
sino
anómalos
esta
dos sin
derecho
donde
prosperan
los
monopolios públicos
y
privados,
un
mercantilismo
rampante
y
la
frustración
colec
tiva
derivada,
en
parte,
de
la
inseguridad
jurídica,
de
la
fal
ta
de
proyectos nacionales
que
entusiasmen
a
la
colectivi
dad
y
de
la
frondosa
expedición
de
reglas
secundarias
que,
en
la
práctica,
derogan
las
garantías
constitucionales
y
neu
tralizan
los
derechos ciudadanos.
Pocos
repararon, durante
el
auge
del
constitucionalismo
formal
que
por
ciento setenta
años
ha
sembrado
incertidum
bre
en
Latinoamérica.
que
la
democracia
no
es
problema
de
reglas
únicamente;
que
el
estado
de
derecho
no
se
edifica
sobre
el
frágil
terreno
de
los
presupuestos
teóricos;
que
la
economía
de
mercado
es
tema
que
tiene que
ver
con
la
idio
sincrasia
y
la
cultura,
y
que
debe
estar
empapada
por
la
éti
ca;
que
los
gobiernos,
su
inestabilidad
osu
durabilidad,
es
tán
vinculados
con
las
lealtades
que la
gente
común
les
presta
y
con
la
credibilidad
que
suscitan
en
cada
ciudadano;
que la
ley
rige
eficazmente
cuando
se
convierte
en
costum
bre
social,
y
que
la
vigencia
jurídica
de
las
normas
debe
es
tar
avalada
por
la
vigencia
social
de
los
supuestos
en
que la
juridicidad
se
apoya.
Pocos
admitieron
que
el
ordenamiento
legal debe
plan
tarse
en
la
cultura;
que
el
sistema
legal
debe considerar,
ar
ticular
y
defender
los
valores
predominantes
y
respetar
las
nociones morales
de
la
comunidad.
La
ilusión
de
la
moder
nidad
obscureció
la
capacidad
de
análisis
y
la
humilde
rea
lidad
dejó
de
tomarse
en
cuenta.
Prevalecieron,
entonces,
las
consideraciones
hipotéticas,
las
brillantes abstracciones
y
la
retórica
discursiva.
La
ley
se
convirtió
en
ícono
sober
bio
y
la
realidad
fue
vista
como
la
especie
hirsuta
y
monta
raz que
debía
arnoldarse
a
los
cánones
impuestos por
los
ilustrados.
Probablemente
en
la
falta
de
sintonía entre
la
abstrac
ción
constitucionalista,
el
positivismo
abstracto
y
la
realidad
cultural
y
social,
esté
la
clave
para
entender
lo
que ocurre
en
América Latina
y
en
Ecuador,
cuyo
drama radica
en
la
eter
na
búsqueda
de
identidad
política,
en
la
permanente
confu
sión
pública
y
en
los
perversos
sucedáneos generados
para
reemplazar, siempre
provisoriamente,
a
instituciones
que
no
cuajan
y
a
los
deber ser
que
no
prosperan.
Por
eso,
parece
apropiado
aproximarse
en
esta
oportunidad
a
las
dimensio
nes
éticas
de
lo
público
y
a
las
lealtades
que
deberían
afian
zar
la
democracia,
es
decir
a
los
soportes
extrajurídicos
de
la
legalidad
y
a
los
referentes extrapolíticos
de
la
política.
Si
las
instituciones
de
la
democracia
y
el
capitalismo
quieren
funcionar
adecuadamente,
deben
coexistir
con
ciertos
hábitos
culturalespremodernos
que
aseguren
su
co
rrecto
funcionamiento-
dice
Francisco Fukuyama-
Y
agre
ga:
Las
leyes,
los
contratos
y
la
racionalidad
económica,
proporcionan
unas
bases
necesarias
pero
no
suficientes
pa
ra mantener
la
estabilidad
y
prosperidad
de
las
sociedades
postindustriales;
pero
también
es
preciso
que
cuenten
con
reciprocidad,
obligaciones
morales,
responsabilidad
hacia
la
comunidad
y
confianza,
la
cual
se
basa
más
en
un
hábi
to
que
en
un
cálculo
racional.
Esto
último
no
significa
un
anacronismo
para
la
sociedad
moderna,
sino
más
bien
el
si
ne
qua
non
de
su
éxito.
Lo
que
intento
aquí,
por
cierto,
es
una
somera
y
provi
sional
aproximación
a
tan
arduos temas
bajo
el
presupuesto
de
que
el
Derecho,
como
ley (Law),
y
los
derechos
como
potestades
y
poderes individuales (rights),
tienen
que
ver
con
la
ética
y
con
la
cultura
y
que
lo
público
no
se
agota
en
la
Constitución,
ni
en
las
instituciones,
ni
en
la
burocracia,
ni
en
los
noticieros
ni
en
los
titulares
de
primera
página.
El
imposible
gobierno
desde
arriba
2
Es
una
quimera
suponer
que sin la
virtud
del
pueblo,
al
guna
forma
de
gobierno
pueda
asegurar
la
libertad
o
la
fe
licidad,
escribió
James Madison.
Así,
con
certeza
y
clari
dad,
aludió
al
tema
de
la
insuficiencia
de
los
poderes
enten
didos
exclusivamente
como
potestades
legales
desconecta
das de
sus
bases
de
legitimación
social
y
de
participación
ciudadana.
Podemos
decir,
en
la
linea
de
pensamiento
de
Madison,
que
el
buen gobierno
exige
buen
pueblo.
Efectivamente,
temas como
la
gobernabilidad,
la
efi
ciencia
de
las
instituciones,
la
devaluación
del
servicio

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