La interculturalidad, el discurso de poder y los derechos en el nuevo constitucionalismo latinoamericano

AutorXavier Garaicoa Ortiz
Páginas155-165

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La misma diferencia abunda en su inexistir pues la distancia encarnada en la llanura diversifica los rostros.

José Lezama Lima

Introducción

En su memorable relato El hombre en el umbral, el notable escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) nos lleva desde una tertulia en su Buenos Aires natal hacia el ambiente exótico de la India, adonde arriba un magistrado enviado por la administración regia con la intención de que aplique las leyes inglesas, forjadas en las costumbres sajonas y en la jurisprudencia sobre los derechos y fueros provenientes de la Carta Magna, con el objeto de apaciguar a las confrontadas comunidades étnicas y religiosas que pueblan dicho país y dar fin así a los enfrentamientos que lo mantenían convulsionado. Tras la súbita desaparición de dicho juez y la indagación realizada para establecer su paradero, queda esclarecido que, como resultado del desempeño despótico de su función, destinada en realidad a sostener un orden imperial colonialista, todos los miembros de esas comunidades habían coincidido que debía enjuiciarse al magistrado por lo que consideraban abusos de autoridad, decidiendo en consecuencia someterlo al juzgamiento de un demente, a quien los confabulados agasajan. El estremecedor desenlace de la narración será la ejecución a puñaladas del juez desaparecido, en cuya búsqueda nos involucra el supuesto relator del hecho, a quien apela el autor para darle veracidad a la historia.

Tan breve cuanto magistral composición contiene como motivo de fondo, no solo un cuestionamiento al carácter tópico-central de la razón jurídica euro-occi-dental elevada a pretensa norma universal obligatoria, sino que también nos revela

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su contenido abiertamente colonizador; y, sobre todo, expresa implícitamente la necesidad de su delimitación ante la vigencia de otros tantos valores culturales, como serían para este caso los del hinduismo y de las creencias diversas aianzadas en la India milenaria, por medio de los cuales se regulan comportamientos diferentes en su orientación y en su contenido. A partir de tales consideraciones podemos comprender el motivo claramente simbólico que el autor asigna al juicio comunitario en el que se somete a la razón jurídica representada por el juez a la sin-razón, personificada en la venerada figura del demente: estamos ante la vida misma que se impone con una enorme variedad de lógicas y con su diversidad de sentidos, emitiendo un inapelable y sumario fallo condenatorio contra la ley estatal-imperial y su comprensión formal de la justicia.

Casi a la par de este relato, el célebre etnógrafo francés Claude Lévi-Strauss, al examinar comparativamente el funcionamiento de los sistemas sociales, llega a establecer que la razón sistémica que los rige tiene un límite estructural, por medio del cual se atribuye su propio significado desde la referencia a ciertas conductas especiales que serían inaprensibles e inexpresables por parte del simbolismo imperante dentro del sistema en examen, por cuanto dichas conductas actúan a manera de cierre normativo del mismo. Prácticas como las del chamanismo en las organizaciones tribales y las de los enfermos mentales en las sociedades contemporáneas, considera él, serían las llamadas a desempeñar dicha función.

Todas estas reflexiones que abordan en su estructura íntima los sistemas sociales a partir de dominios intelectuales tan distintos al derecho como son los del arte y de la ciencia antropológica, me parecen pertinentes como umbral para mi exposición ya que sintetizan la visibilización, más allá de la razón colonizadora, de un diverso conjunto de saberes y de situaciones, tal como las que acaecen en nuestra realidad indoamericana, sin dejar de resaltar que, tanto en el caso de estos cuanto en el de aquellas, permanecen hasta hoy soslayados, al proceder a colocarlos bajo la égida de un sistema jurídico-político de cuño positivista y de la estructura del poder burocrático-legalista de un Estado guardián, centralizado, monocultural y represivo, cuya escasa representatividad clientelar y vigiladas libertades permitidas, aun a pesar de todas las declaraciones, es a todas luces evidente.

La emergencia en América Latina de un constitucionalismo terrigenista enar-bolado por nuevos movimientos sociales y entendido como proyecto descolonizador, tanto en el sentido epistémico de la pluralidad de los saberes y de la variedad de los sentidos y espiritualidades cuanto en el político de la multiplicidad de la autoridad jurídica y sociocomunitaria –cuyos rasgos serían la interculturalidad, la plurinacionalidad y la simbiosis con la naturaleza–, ha colocado en la agenda social el problema del reconocimiento, el cual no se puede circunscribir tan solo a la constatación de una diversidad de identidades etnoculturales y funcionales, sino que abarca también, desde una visión integradora y de equidad social, a la cuestión de la igualdad no discriminatoria, a la de la solidaridad y la del vínculo societal

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general, problemática que en su conjunto se constituye en el principal componente para definir a una ciudadanía compleja en su estructuración.

La dinámica comunicativa de la cultura y los procesos simbólicos de identidad en el discurso de lo real maravilloso

La transmisión cultural tiene un fundamento natural de carácter genético, que opera como mecanismo diferenciador y reactivo ante el entorno biotópico, y cuyo desarrollo cabal se produce tan solo gracias al desenvolvimiento de una habilidad artificial comunicativa que abarca tanto los campos ségnicos como los lingüísticos y tecnológicos. Es por medio de ambos elementos que se forma paulatinamente un sistema socioecológico interactivo de comunicación colectiva, provisto de relaciones múltiples fundamentadas en variados patrimonios simbólicos, en identidades diversas compartidas grupalmente como saberes colectivos, y en ordenamientos costumbristas y/o normativos, a través de los cuales se conforman comunidades culturales diferenciadas.

Frente a tan compleja configuración, la realidad –concebida como onto-Constitución– expresa su especificidad ante el discurso, condicionándolo a través de la percepción concreta que provoca y del relejo que articula. Es precisamente a ese deslumbramiento que se produce ante lo insólito, extraordinario y asombroso de una realidad calificada como maravillosa en su naturaleza, cultura y hechos, al que Alejo Carpentier promovería en su reflexión como espíritu barroco –concibiéndolo cual arte que constantemente multiplica de manera centrípeta sus núcleos proliferantes–.

Tal sería la característica propia de una “América, continente de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizajes”,1como lo testimoniarían el Popol Vuh o el libro de Chilam Balam; sus esculturas o arquitectura, así como sus ritmos melódicos y composiciones musicales.

La urdimbre del poder

Nos enfrentamos complementariamente con la conformación de un inédito mapa global de la heterotopía del poder, en el que sobresalen nuevos locus territoriales concebidos como lugares estratégicos donde concentran su actividad diver-sos conjuntos ensamblados de...

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